Qué idea ridícula la del demonio, pensó, mientras dejaba atrás el remolino de hojas que invadían su escritorio. De vez en cuando, pensaba sin querer pensar, volviendo al pasado a escarbar recuerdos ridículamente establecidos en su mente. Qué idea ridícula la del demonio, dijo en voz alta, mientras sacándose la remera volvía a desconocerse frente al espejo. El no poder hilar pensamientos había sido muchas veces síntoma de pocas ganas de construir algo mejor, algo nuevo, algo, aunque sea, parecido a lo de los demás personajes de la comedia.
Qué idea ridícula la del demonio, rió... esta vez acostándose boca arriba entre las sábanas limpias.
A veces soñaba despierta, sentía, deseaba, vivía.
A veces se le aparecía el demonio y ella lo espantaba, lo evitaba, lo dormía.
Qué idea ridícula la del demonio, suspiró sacándole importancia. Es que ya no creía en él. Es decir, conocía su existencia, sus intenciones, sus deseos, pero no formaba parte de ese mundo claro oscuro, ni tan bueno, ni tan malo, incoloro, in-sentible, in-llorable, inestable, inmundo. Ya no. Qué idea ridícula.
1 comentario:
que idea tan riducula y eficaz.
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