Hoy, día en que las persianas se mantienen bajas a pesar de que sol intenta filtrarse entre las tablas de madera blanca, siento un cambio. No hablo de esos cambios que ocurren a partir de un hecho particular, más bien, me refiero a los cambios que se producen y se sienten en los huesos, los que se expanden desde el vacío del estómago hasta la punta de las pestañas, aquellos que gritan a través de la piel y no podemos evitar. De pronto, todas las sensaciones se persiben de otra manera, el tacto se agudiza pero la mirada se nubla dándole formas infinitas a todo lo que me rodea. No siento miedo, todavía no se extinguió el aroma de la comida casera de mamá. Sin embargo no puedo evitar la ansiedad que invade el cuarto oscuro. Escucho la resaca del sonido de un tambor que suena aceleradamente y poco a poco comienzo a desvanecerme... no puedo explicar qué es lo que ocurre, el aire se escapa de la habitación y no encuentro fuerzas para abrir la puerta, tampoco subir la persiana. Estoy cómoda acá (pienso)... ¿Por qué habré de sentir aquel cambio?. Fue allí, cuando entre la risa entrecortada debido a la falta de aire, y el arrastre de mis extremidades en el suelo, recordé lo que me habían dicho una vez... "está todo en tu mente".
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