A veces se deslumbra. Otras, también, se olvida de sí.
No sé ve... se pierden las sombras y los contornos.
Demasiada luz no es de fiar.
Pero después, se produce la muerte de eso...
y la oscuridad y el silencio llegan
y la oscuridad y el silencio nos encuentran y acarician despacio
y la oscuridad y el silencio inauguran, nuevamente, saberse luz.
Y entonces de tanto gozo, volvemos a encandilarnos.
Y entonces se repite el ciclo una y otra vez.
Maldita dualidad. Maldito equilibrio.
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